La muerte

La muerte (Foto de Liane Metzler)

La muerte (Foto de Liane Metzler)

La muerte. Ese estado, ese momento, ese personaje tan temido. Llega una edad en la que inevitablemente pensamos en la muerte. Piensas si mañana despertarás, si podrás degustar la deliciosa comida que te espera al mediodía, si verás llegar a los niños del cole, a la pareja del trabajo…

Y estos pensamientos vienen a mi todavía más si cabe cuando coincido con algún ser querido que no veo con tanta frecuencia. Los ojos se me empañan aunque no quiera. Me emociona pensar todo lo que vivimos juntos, todas las experiencias. Hay que ver lo curiosa que es la mente, que cuando te notas morir, cuando sientes que tu vida se está agotando, solo recuerda las cosas buenas de la vida. Todo lo malo parece haber perdido importancia y lo bueno, como miel que se desparrama, lo cubre todo.

Esta sensación me gusta. El sentirte liberado de todo odio, de todo rencor, es lo más placentero que se puede sentir a nuestra edad. Yo ya no me siento vigoroso, ya no tengo la energía que tienen mis nietos, no puedo siquiera ir a dar un paseo al campo porque mis piernas cansadas ya se quejan. En casa me lo hacen todo, hasta bañarme. Me paso la mañana mirando por la ventana viendo la gente pasar. Y también pienso.

Pienso en ti, en si llegarás avisando: con un derrame, un ictus, un leve infarto… O si vendrás de repente. Pienso si vendrás brusca y enérgica y me quitarás del medio de un zarpazo en el momento más inesperado, o aparecerás sigilosa mientras duermo regalándome una dulce muerte.

Pienso en la vida después de la muerte.

Y no se si decir “vida” cuando el cuerpo ya se supone muerto.

¿Pero y tenemos alma? Y de tenerla… ¿seguirá viva? La idea del alma sobreviviendo a la muerte corpórea fue una invención humana, ¿por qué ha de ser así? Quizá alguien inventó el alma, inventó que podía vivir sola, sin estar aferrada a un cuerpo, para tranquilizar a otro ante la muerte. O quizá para tranquilizarse a sí mismo, para crear algo, una creencia, una explicación que justifique que aquí no se acaba todo. Pero quizá el alma no pueda vivir sin su cuerpo, su morada. Y entonces, quizás después de la muerte ya no quede nada.

Y yo creo que la muerte, de verme sonreír, me regala horas de vida.

Solo trato de pensar en la paz que siento ahora, en regocijarme en cada segundo que la muerte me regala para saborear cada plato de comida, para rozar la piel de mi amada, para reír viendo jugar a mis nietos. Y así, me siento calmado, tranquilo, porque hice cosas buenas por el mundo y por los míos, porque aunque hubo momentos duros y momentos tristes, ahora solo recuerdo los momentos felices. Y yo creo que la muerte, de verme sonreír, me regala horas de vida.

 

Gracias Jesús, por compartir con nosotros tu experiencia. Cuídate mucho y sigue sonriendo.

Pilar Amaku

Soy bloguera de El Amaku desde que nació. Creo que las personas mayores necesitan un altavoz para ser vistas y oídas, porque sí hay vida después de los 65 años, una vida alegre y dinámica.

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