El amor, eje de nuestras vidas
Con el paso del tiempo me doy cuenta de que toda nuestra vida gira en torno al amor y continuamente sufrimos y gozamos por amor, en diferentes sentidos a lo largo de nuestra vida, pero es algo que está ahí arraigado y que es inevitable notar cómo se te encoge el corazón y cómo se expande y salta de alegría.

Amor
Cuando somos niños sufrimos si no obtenemos el amor de nuestros padres, a los que idolatramos y deseamos que nos quieran por encima de todo a pesar de las trastadas y travesuras, y cada vez que nos riñen tememos si ese amor quizá se haya resquebrajado y esa brecha sea irreparable. Nos deleitamos entre sus brazos y creemos, mejor dicho, sabemos que nada malo puede ocurrirnos bajo su protección.
Pasan los años y aprendemos que el amor de los padres lo tendremos siempre ahí a pesar de todo y comenzamos a sufrir y a gozar con los amoríos adolescentes… Que si me ha sonreído, que si me mira mucho, entonces me quiere, entonces me ilusiono, luego no me quiere, que si lo he visto con otra, que si iba de la mano con otro, que… Continuos altibajos de dopamina que hace que un día nos creamos los reyes del mundo y al contrario… nada, porque ya no hay mundo del que ser reyes.
Y entonces pensamos que cuando seamos adultos ya no sufriremos por tonterías así, y que la vida por fin nos dará un respiro y todo será cantar y bailar. Pero entonces somos adultos y descubrimos que saboreamos el amor mucho más que antes, pero también lo sufrimos con más intensidad.
Todos los padres y madres del mundo describen el momento de ser padres como uno de los mejores momentos de sus vidas, el cogerlo entre sus brazos por primera vez, el mirarlo, el tocarlo, el hablarle suavemente… De nuevo un amor intenso. Luego, los niños se hacen mayores y sufres cada vez que llegan llorando con un rasponazo de nada, porque aunque por fuera digas:
“Anda, venga, que eso no es nada”
En realidad estás pensando:
“¡Ay! ¡Qué dolor! ¡Pobrecillo! ¿¿¿Qué hago para aliviar todo este dolor???
Jamás volverás a subir a la bici”
Pero luego te calmas (menos mal) y le vuelves a dejar subir en la bici.
De pronto, un día te das cuenta de que tienes más de 65 años, que ya estás curtido, que la vida te ha dado más de mil y una experiencias para estar de vuelta y media de todo, que tienes un cayo en cada parte de tu cuerpo y ya nada te asombra ni te daña. Pero entonces un día te descubres en el parque, mirando de reojo a esa mujer tan guapa, y te das cuenta de que te mira. Y ahora sonríe. Entonces de repente se agolpan en tu cabeza un millón de voces a la vez:
“Ve y siéntate a su lado”
“Dile que tiene una sonrisa muy bonita”
“¡No! No vayas, solo sonríe por cortesía”
“Sonríele”
“Dile que gracias a ella, en tu día acaba de salir el sol”
…
Y es entonces cuando te das cuenta, que en ese preciso instante ya estás de nuevo atrapado por las redes del amor, ya eres su esclavo, su siervo, su copiloto o su comandante, pero está claro que viajáis juntos de nuevo, y quizá siempre lo habéis estado.
Y como algo que te ha dado la vida es calma, te sientas, piensas en ello tranquilamente, respiras, asumes que todos y cada uno vivimos en torno al amor por y para otras personas, que es eso precisamente lo que le da a la vida esa chispita de alegría, esa razón para sonreír, porque amas, porque te sientes amado. Y con la misma le sonríes a la mujer guapa que sigue sentada en el banco de en frente y no te quita ojo, dejas que se te infle el corazón, que la dopamina te inunde el cuerpo y te dejas llevas llevar por esa sensación tan fantástica porque… ¿por qué luchar contra el amor?