Ayer era feliz, pero yo no lo sabía – Segunda parte

Quise irme del mundo

Quise irme del mundo

Y ayer, ayer me sentaba en el sillón, cual tapete que adorna la sala, y allí veía moverse la aguja de la vida sobre el reloj de pared. Y recuerdo cómo pasaban las risas y las carcajadas sin apenas rozarme, porque yo no me dejaba. Y pasaban los amigos, y pasaba ella y apenas era consciente del momento presente, y sin ser consciente, ¿cómo iba a estar allí? ¿cómo iba a sentir? Yo me había trasladado a otro mundo, a otro lugar. Yo estaba en una sala de espera, pasivo, incluso se puede decir que un poco ansioso, esperando la visita de la tan temida dama de negro. Porque no hay nada peor que la incertidumbre, el miedo, y por eso esperaba ansioso, para que llegara rápido, y por eso esperaba, para que no me pillara desprevenido.

Recuerdo cómo pasaban las risas y las carcajadas sin apenas rozarme, porque yo no me dejaba.

Pero la vida es tan caprichosa, ¡cómo no lo imaginé! Extendí mi brazo para alcanzar el vaso de agua de la mesa, y cuanto más lo extendía más me desviaba de mi objetivo. Volví atrás antes de alcanzar el vaso. Me quedé pensativo unos segundos antes de volver a intentarlo, y mi mano, de nuevo, siguiendo los caprichos de la vida, vibró. Anunciando mi enfado, fruncí el ceño, cogí el vaso con fuerza y lo traje hacia mí con dificultad derramando agua a su paso. Me quedé petrificado. Paralizado. De repente todo lo que antes era malo y me hacía sentir viejo, se tornó entonces más oscuro y más negro. Todo mi cuerpo comenzó a temblar, esta vez de terror ante lo que ese simple gesto significaba.

Pruebas, médicos, pastillas y una palabra: Párkinson

Maldije la vida, maldije a un Dios en el que no creía, maldije la medicina que no encontraba cura, maldije mi cuerpo, mis neuronas que se morían… Lo maldije todo. Hasta la maldije a ella por mostrar compasión, por querer ayudarme, porque estaba lleno de rabia con todo y con todos. ¿Por qué a mi? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué ahora? ¿Por qué? Tantas preguntas sin respuesta, tanto miedo, tanto temor. Ayer mi vida era gris, era rutinaria, pero en ese momento el día se volvió negro azabache y una nube oscura cubrió el cielo de mis días. La espera que antes era lenta se me hizo eterna y quise irme del mundo, quise huir a otra vida, pero no pude.

Mi mundo comenzó a vibrar cada día un poco más. Miraba mis manos y no parecían mis manos. Me sentía enjaulado en un cuerpo que no me obedecía. A ratos se agitaba más fuerte, como si no me quisiera dentro, como si me sacudiera. No supe apreciarlo y ahora me echaba… A ratos se quedaba parado, inmóvil, como si esperara órdenes del cerebro para realizar el siguiente movimiento. Y yo le gritaba por dentro, le insultaba. Me sentía confuso, me sentía ignorado por mi propio cuerpo. Y esos días se convirtieron en meses y cada vez me sentía más enfadado conmigo mismo, más triste a la vez, más inútil, más acabado, más muerto que vivo.

Me sentía confuso, me sentía ignorado por mi propio cuerpo.

Olvidé todo lo bueno de la vida, olvidé el amor he hice desaparecer su sonrisa. Olvidé los cincos sentidos: la comida me sabía a ceniza y los aromas eran inapreciables, no oía nada ni a nadie ni tampoco escuchaba. La vista la tenía siempre perdida en un infinito estático que me ofrecía la posibilidad de huir de una situación en la que no quería estar. Ella me acariciaba continuamente, pero ya no notaba nada, yo ya no estaba en ese cuerpo, lo odiaba, lo repudiaba.

Me sentí preso de un delito que no cometí, condenado a arrastrar la bola negra y pesada de la enfermedad por el resto de mis días.


Leer la primera parte: Ayer era feliz, pero yo no lo sabía – Primera parte
Leer la tercera parte: Ayer era feliz, pero yo no lo sabía – Tercera parte

Pilar Amaku

Soy bloguera de El Amaku desde que nació. Creo que las personas mayores necesitan un altavoz para ser vistas y oídas, porque sí hay vida después de los 65 años, una vida alegre y dinámica.

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1 respuesta

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